98. Proteger a la madre y al cachorro.
El eco del metal y la piedra se fundía con el crepitar de las antorchas cuando, de pronto, la gran puerta de roble se abrió de golpe. Alexander entró al Salón del Consejo seguido de cinco betas, convocados con idéntica urgencia: “Debemos asegurar el futuro de la Manada”.
Se detuvo bajo la única ventana alta, donde un rayo pálido de luna iluminaba su figura. Alzó la vista y recorrió a sus conspiradores con frialdad calculadora.
— Gracias por venir — comenzó, desenrollando un pergamino que despedía un leve olor a sangre seca. — Sé que esta reunión solo podía convocarla yo, como Beta de la Manada. Es mi deber… y mi carga, sabiendo cuánto nos ha fallado nuestro Alfa.
— ¿Fallado, Alexander? — intervino otro de los betas — Damián ha protegido nuestros territorios y mantenido la paz. ¿Abandonaremos ahora todo lo que él ha construido?
— Tus palabras honran tus años, pero no la realidad — replicó Alexander, presionando el pergamino sobre la mesa — Aquí tenéis el informe de nuestros sanadores