85. Fue Evelyn, ella lo atacó.
El aire en la celda era denso, impregnado con el peso de la desesperación. Cada segundo que pasaba, con Damián en los brazos de Isolde, parecía aplastar sus pulmones, como si el tiempo estuviera jugando en su contra. La sensación de urgencia la atenazaba.
Isolde temblaba, no solo por el frío cortante de la celda, sino por el terror que sentía en su pecho. El veneno corría por las venas de Damián con rapidez, y su piel, que antes había sido vibrante, ahora se volvía gris, descomponiéndose lentamente. Las venas, marcadas y oscuras, eran como una marca de muerte que avanzaba a pasos agigantados.
— ¡Damián! — Su voz quebrada, temblorosa, se alzó en la sala, pero el pánico que la invadía no podía disimularse. No solo su vida dependía de él; la de su hijo también lo hacía.
Los guardias, silenciosos, comenzaron a mover a Damián sin prisa, pero con una eficiencia que contrastaba con la desesperación que Isolde sentía. Lo sentaron contra la pared. Uno de los guardias levantó la mano herida de