84. Está envenenado.
Damián despertó al roce suave de Isolde contra su pecho, un calor confortante en medio de la fría celda. Parpadeó aun adormilado, y su mirada se clavó en ella, el cabello suelto en maraña, la piel pálida iluminada por la luz de la mañana, la curva delicada de sus pestañas. Sus labios, todavía hinchados por los besos, esbozaban una sonrisa tímida.
Su corazón se llenó de ternura, latiendo con fuerza mientras la rodeaba entre sus brazos, apretando todavía más el agarre, como si pudiera alejarse de él aún estando dormida.
— Mi hembra, mi esposa, mi luna — murmuró bajito, como si temiera despertarla. Alzó la mano para apartar un mechón rebelde de su frente, tocando su piel tan suavemente que casi temía lastimarla.
La leve respiración de Isolde, tan cercana, lo ancló al momento. Estaban juntos, a pesar de las sombras de la prisión.
Sintió arder sus mejillas al sonrojarse, cuando ella abrió los ojos lentamente, captando su mirada fija en ella. Intentó bajar la vista, pero Damián no lo permit