57. ¡No lo llames así!

La luz azulada seguía iluminando el interior de la cueva, revelando las formas sombrías de las rocas que parecían moverse con vida propia. El aire se volvía más denso a medida que avanzaban, como si una fuerza invisible tratara de oprimirlos. Isolde se adelantó, con el corazón golpeando en su pecho, mientras sus ojos recorrían cada rincón, buscando algo que le indicara el camino para encontrar a su cachorro.

De repente, un fuerte crujido retumbó en el aire, y la roca que se había movido comenzó a abrirse lentamente, revelando una entrada más profunda. Isolde dio un paso al frente, ansiosa, pero algo en su interior se revolvía, como si algo estuviera a punto de romperse.

—Vamos… —dijo Damián, tendiéndole la mano para adentrarse en ese pasadizo— Nadie va a dañar a nuestro hijo.

Nuestro hijo.

Cada vez que él lo decía así, algo ardía en sus entrañas. Una mezcla maldita de rabia, culpa… y deseo.

El pecho se le apretó, no solo por el terror de perder a su pequeño, sino por la amenaza latent
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