54. ¡Rowan… no está en su cama!
Isolde abrió los ojos de golpe, como si una mano invisible la hubiera arrancado de las profundidades del sueño. Su respiración era irregular, jadeante, y un presentimiento oscuro se enroscaba en su estómago como una serpiente despierta.
La puerta se abrió de par en par, de forma abrupta.
— ¡Mi señora! — la voz de la doncella temblaba por tener que contarles que el cachorro había desaparecido bajo su cuidado — ¡Rowan… no está en su cama!
No necesitó escuchar más.
El cuerpo de Isolde reaccionó antes que su mente. Se incorporó de un salto, las sábanas resbalaron de su piel como un manto abandonado. Salió corriendo descalza por el pasillo contiguo, con los latidos del corazón golpeándole las sienes como tambores de guerra.
— ¡Rowan!¡Mi bebé!— gritó desesperada, no podría vivir jamás en su hijo, él le había salvado la vida en todos los sentidos y para ella era inconcebible una vida sin su cachorro, que algo le había ocurrido no podría perdonarse no haberlo vigilado.
Pero el silencio respon