111. ¡Estás despierto!
La oscuridad lo envolvía. No era la negrura del sueño tranquilo, sino una sombra espesa, densa, como una bruma que presionaba sus pulmones y amortiguaba sus pensamientos. Damián flotaba en una especie de limbo sin tiempo, sin forma. Solo existía el dolor lejano, como un recuerdo adormecido... y una angustia que no parecía ser suya.
Al principio fue un latido. Un tamborileo leve, ajeno, que retumbaba desde lejos. Luego vino la desesperación que parecía llenarlo todo. Aguda. Familiar.
Isolde.
Sintió el vacío que ella sentía. Su llanto callado, su rabia impotente, el miedo que le trepaba por la garganta. Su dolor era un grito sordo que cruzaba el velo que lo mantenía atrapado. Y lo llamó. Sin palabras. Con el alma.
— Isolde… — sus labios se movieron antes de que el sonido emergiera.
Un espasmo recorrió su pecho. Jadeó. La luz del mundo volvió de golpe: el techo de piedra, el parpadeo de la chimenea, el olor a incienso y ceniza.
—¡Isolde! —La voz brotó de su garganta como un rugido apaga