William se marchó esa noche. No lo despedí como solía hacerlo; me sentía completamente rota, como si algo dentro de mí se hubiera quebrado para siempre.
A la mañana siguiente, Shyla entró al cuarto con una pequeña mesa donde había preparado el desayuno. Su presencia siempre traía un poco de luz, incluso en los días más oscuros.
—Shyla, en serio amo tu amabilidad, pero no quiero comer ahora —le dije, con la voz apenas audible.
—Lo sé, pero debes intentarlo, por favor —respondió con dulzura, su mirada llena de preocupación.
Con un suspiro, me senté en la cama y comencé a comer. Su compañía tenía un efecto calmante, como si su sola presencia pudiera sostenerme en pedazos. Cuando terminé, Shyla se llevó la mesa. Noté que no regresaba, y escuché el sonido de la puerta abriéndose. Pensé que tal vez había salido a cuidar sus plantas o a tomar aire fresco, pero lo que ocurrió después me dejó sin aliento.
Bastian entró a la habitación. Su mirada estaba destrozada, y lágrimas corrían por sus m