2. ¡Emily, vuelve aquí!

El murmullo de los invitados crecía a cada minuto que la novia no aparecía. Byron sentía cómo la impaciencia lo devoraba desde dentro. Había mirado su reloj una docena de veces, pero Emily seguía sin llegar. El calor sofocante del jardín de la mansión le pesaba en los hombros, la tela del traje le raspaba la piel y resistía la tentación de aflojarse la corbata frente a todos. Tenía que mostrarse impecable: era el novio. Pero lo único que sentía era un temor extraño, un presentimiento que no sabía de dónde venía.

Caminaba de un lado a otro, tratando de sofocar la ansiedad, cuando la pequeña puerta secundaria del jardín se abrió. Sabrina apareció, vestida como si la ocasión le perteneciera, con esa sonrisa arrogante que tantas veces lo había seducido en el pasado. Esa misma sonrisa, malvada y venenosa, que alguna vez lo atrajo, ahora le revolvía el estómago.

Sabrina era hermosa, sí, pero de una belleza helada, cortante. Nada que ver con Emily. La verdadera hermosura estaba en su prometida: no en medidas de cintura ni en estándares sociales, sino en la manera en que lo miraba como si fuera el único hombre en el mundo; en cómo se sonrojaba con cada palabra suya; en esa inocencia que la llevaba a ver lo bueno incluso en quienes no lo tenían, y en la dulzura genuina de sus sonrisas. Emily había hecho de él un mejor hombre, alguien distinto al que Sabrina conoció.

Y justo por eso, verla allí, sonriendo con descaro en medio de su boda, le pareció un mal presagio. Sabrina no traía otra cosa que los fantasmas de quien había sido antes de amar a Emily.

Si por él fuera, no la habría invitado. Pero Renata, su madre, insistió en que excluir a la directora de marketing daría mala imagen a la empresa. Ahora, al ver a Renata intercambiar una sonrisa cómplice con Sabrina, como dos serpientes satisfechas, Byron sintió un frío punzante en el estómago.

No dudó. Deshizo el camino al altar sin preocuparse por quien lo estuviera viendo y avanzó directo hacia Sabrina.

— ¿Qué hiciste? — espetó en voz baja, pero aunque la gente no lo escuchara de lejos, era evidente su molestia y la forma en que apretaba los puños para controlarse.

Sabrina lo miró con calma, inclinando apenas la cabeza, saboreando su desconcierto. Su sonrisa era aparentemente inocente porque estaba disfrutando aquello, era su pequeña venganza contra él.

—Yo no he hecho nada, Byron — dijo con frialdad — Solo te recuerdo que si hubieras elegido a una mujer a tu nivel, no te estarían dejando en ridículo frente a todos. ¿O sí?

— Cállate — La voz del hombre salió áspera, como si pudiera rasgar sus cuerdas vocales al pronunciarla. Cómo si le pesará, como y la furia que contenía fuera realmente demasiado.

— Pero claro... — prosiguió Sabrina, con crueldad — Preferiste a una gorda cualquiera. ¿Qué esperabas que pasara?

Byron la miró con un desprecio que no intentó ocultar. El aire le oprimía el pecho. Giró en seco sobre sus talones y arrancó hacia la mansión con la sensación de que iba a destrozarlo todo. Subió los escalones en dos zancadas.

—¡Emily! ¡Emily, sal ahora mismo!

Su voz retumbaba por los pasillos.

En la habitación de arriba, Emily se estremeció. Tenía el corazón golpeándole la garganta. Se había estado conteniendo, pero escuchar cómo gritaba su nombre la quebró.

Las lágrimas le nublaban la vista. La ventana era su única salida. No podía enfrentarlo, no ahora, no con aquellas palabras repitiéndose en su cabeza como un eco maldito: “Es asquerosa… No podría tocar a una mujer como esa.”

— No… no puedo… — sollozó. Se apretó el pecho con las manos, temblando — Sí puedes, Emily. Tienes que hacerlo.

Subió a la ventana a trompicones. El encaje de la falda se enganchó y se desgarró con un chasquido seco. El tul se abrió de golpe, como una herida, dejando al descubierto su pierna. Con un gesto desesperado, se aferró a la enredadera que trepaba por el muro de piedra.

El corsé le robaba el aire. Resbaló, raspándose el brazo contra la pared áspera, pero siguió descendiendo. Apretó los dientes, ignorando el dolor y los jirones de su vestido, con el corazón al borde del colapso, y corrió, solo quería huir.

Cuando por fin sus pies tocaron el suelo, echó a correr sin pensarlo. El borde del vestido se manchaba de tierra y musgo, pero no se detuvo. Las lágrimas le corrían por el rostro, arrastrando el maquillaje, mientras escapaba de aquella voz que todavía la perseguía desde la casa.

— ¡Emily, vuelve aquí! ¡Emily! — Gritó Byron al verla desde la ventana

Pero recogió el vestido en un brazo para poder correr sin tropezarse. Hasta que un taxi apareció a lo lejos y levantó los brazos desesperada.

— ¡Por favor, deténgase!

El coche frenó en seco. Emily abrió la puerta y se lanzó dentro como un náufrago a un madero.

— ¡Conduzca! ¡Lo más lejos posible de aquí!

Julián apareció corriendo por la parte trasera de la mansión, justo cuando el taxi se alejaba con su hermana dentro.

— ¡Emily! ¡Espera!

Su grito se perdió bajo el rugido del motor. Se llevó las manos al cabello, desgarrado por la impotencia. Había fallado. Prometió protegerla y no lo había hecho.

Al girar, la puerta de servicio se abrió de golpe. Byron emergió con el rostro desencajado, el traje de novio desordenado, como si la ansiedad lo hubiera reducido a jirones.

La rabia de Julián, contenida desde la mañana, estalló de golpe. No pensó, no calculó: solo actuó. Un gruñido le escapó de la garganta mientras lo sujetaba del cuello de la camisa, atrapando también el nudo de la corbata, y lo estampaba con brutalidad contra la pared de piedra.

— ¡Tú! — escupió, apretando el agarre hasta que las venas del cuello de Byron se tensaron — ¿Qué demonios le hiciste?

Y, en ese instante, Byron ya no parecía el hombre impecable y exitoso de siempre, solo otro culpable acorralado.

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP
Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP