16. Los niños a veces exageran.
Byron no pudo evitarlo. Se inclinó un centímetro hacia delante.
— Gracias… — dijo, con una voz que no pretendía ser suave y, sin embargo, lo era. — Gracias de verdad, pequeño.
Liam sonrió, orgulloso de su hazaña, y Byron sintió un calor inesperado, familiar, en el estómago por aquella sincera sonrisa.
Y entonces tras una sacudida eléctrica que finalmente recorrió toda su espalda, ella giró.
No fue un giro dramático. Fue un movimiento mínimo, casi involuntario. Un par de centímetros. Suficientes.
Sus ojos, su voz, su cabello, que, aunque recogido en un moño pulcro, mostraba la intensidad del rojo en cada mechón.
Byron sintió cómo el aire denso de la feria se detenía en sus pulmones. La misma forma en que la chica de la fiesta había guardado un secreto en el gesto. La misma manera de esconderse sin querer.
— ¿Sí? — preguntó ella, intentando sonar anodina.
Byron tragó con un sonido demasiado audible. Se llevó la mano al cuello otra vez, como si pudiera aflojar un nudo que no estaba ahí,