Capítulo 36. Sombras entre caricias y traiciones
La mansión Montenegro estaba en completo silencio. El sonido de las hojas movidas por el viento apenas se colaba por los ventanales, pero adentro, todo era contención y expectativa. La seguridad se había duplicado, Edgardo no dejaba que nada ni nadie quedara sin vigilancia, menos aún después del informe que había recibido sobre el viejo Morgan.
Rebecca se encontraba en su habitación, descalza, con una bata apenas atada, mirando hacia el jardín con el ceño fruncido. Algo dentro de ella no podía dejar de vibrar. Había tensión en el ambiente. Algo que no tenía nombre, pero sí peso.
—¿No puedes dormir? —preguntó Edgardo desde el umbral, con voz ronca.
—No —respondió ella sin girarse—. Veo que tú tampoco puedes hacerlo.
Él avanzó hasta quedar a su espalda. Sus manos se posaron en su cintura con firmeza, bajando lentamente por sus caderas.
—No puedo dormir sabiendo que te quieren tocar.
Ella se giró con rapidez, tomándolo por sorpresa. Sus ojos verdes chispeaban con furia conten