Alessandro volvió a entrar en la habitación con paso firme, los tacones de sus zapatos resonando en el suelo de mármol. En cuanto Natalia lo vio, su cuerpo se tensó de inmediato, sus ojos brillando con desconfianza. No se había movido del lugar donde lo había dejado unas horas atrás; seguía sentada en la cama, mirando al vacío, ignorando la bandeja de comida que había quedado intacta sobre la mesa.
Alessandro observó detenidamente la comida sin hacer un comentario, pero la indiferencia de ella lo sacaba de quicio. Dejó caer la chaqueta del traje de hombros y, con una elegancia calculada, caminó hasta el sillón en el centro de la habitación. Se desabrochó el botón superior de la camisa, revelando parte de los tatuajes que recorrían su pecho y brazos, y el aire en la habitación se volvió pesado.
Natalia, como siempre, se mantuvo en guardia, pero no pudo evitar seguir con la mirada cada uno de sus movimientos. Los músculos de sus brazos eran una prueba más de la fuerza que había detrás d