Mirando por la ventana tintada de su SUV negro, Alessandro deslizaba el dedo por la pantalla del móvil.
—Natalia… —susurró, apenas moviendo los labios. Pronunciar aquel nombre era casi un sacrilegio; hacía años que no se permitía pensar en ella. Pero debajo del traje de corte impecable, del reloj suizo y de la mirada gélida que infundía miedo, se ocultaba un hombre roto… algo que jamás creyó posible.
Había aprendido a soportar las consecuencias de cada decisión que tomó en su vida. Sin embargo, la de dejarla ir no fue una más. Esa le arrancó el corazón, lo desangró lentamente hasta dejarlo vacío.
Un golpecito en el vidrio lo sacó de su trance. Parpadeó, como si despertara de un mal sueño, y se dio cuenta de que había estado observando demasiado tiempo una fotografía en su pantalla. La imagen de Natalia, sonriendo con inocencia, lo atormentaba. Un idiota enamorado, se reprochó con una mueca amarga. Guardó el teléfono en el bolsillo interior de la chaqueta, tomó aire y abrió la puerta.