La noche era cálida, el sol acababa de esconderse y un murmullo eléctrico flotaba en el aire, como si la ciudad contuviera el aliento. Había algo en esa oscuridad que presagiaba magia… o muerte.
Entonces la vio.
Una figura femenina se recortaba a contraluz, inmóvil, al fondo del almacén.
Alessandro se detuvo a varios metros, el puro suspendido a medio camino de sus labios.
¿Una mujer? ¿Qué demonios hacía allí?
Frunció el ceño, examinándola con desconfianza. ¿Sería alguna puta con la que Marcello se estaba divirtiendo? Solo a ese cabrón se le ocurriría follar en medio de una guerra.
Exhaló el humo lentamente, formando una nube gris que se disipó frente a su rostro.
Sin apartar la vista de la silueta, siguió fumando con la calma de un depredador que huele la trampa… o el destino.
Marcello escupió una bocanada de sangre mientras Alessandro se limpiaba la nariz, la mano temblándole apenas. Siempre había sido un adversario digno: duro, calculador. Marcello lanzó una patada que lo hizo dobl