KEILY
Cuando el avión aterriza, algo se apodera de mí que me provoca una serie de dudas y miedos casi incapacitantes. No sé si es el estrés del vuelo que me alcanza o si es el hecho de que mi vida está a punto de cambiar de maneras que nunca imaginé.
Nunca me consideré el tipo de persona demasiado asustada para ser feliz, pero ahora que he conseguido lo que siempre quise, todo lo que hago es imaginar lo devastador que sería si las cosas no funcionaran.
Sin haber visto a mis chicos en semanas, lo único que quiero es abrazarlos con fuerza por el resto de la eternidad. Quiero prometerles que nunca me iré por trabajo, y definitivamente no me pondré en una situación en la que casi me maten. He reprimido el dolor que sentí por extrañarlos tanto, y la idea de acompañarlos en el proceso de conocer a su padre me parece agotadora y estresante ahora mismo.
Debería haber previsto que me sentiría así, sobre todo después de un vuelo transcontinental. Aunque las comodidades del avión eran mejores qu