Cuando el coche se detuvo frente a la entrada, el corazón le latía con tanta fuerza que le costaba respirar. Bajó del vehículo, cerró la puerta con violencia y se obligó a caminar hacia el interior. Debía hacerlo. Tenía que hacerlo.
Natalia apareció en el umbral del salón, con el cabello suelto y una sonrisa cálida que contrastaba con la oscuridad que lo envolvía.
—¿Todo está bien? —preguntó con el ceño fruncido, al notar el semblante sombrío de su marido—. ¿Por qué tienes esa cara?
Sus ojos bajaron a los papeles que él sostenía en una mano.
—Necesitamos hablar —dijo Alessandro con una voz fría, vacía de emoción.
Ella dio un paso hacia él, intentando besarlo, pero él retrocedió.
El gesto la dejó inmóvil, confundida.
—¿Qué sucede? —preguntó con un hilo de voz, incapaz de entender su rechazo.
Alessandro sintió un dolor punzante en el pecho. Se estaba rompiendo por dentro, cada palabra que iba a pronunciar le arrancaba un pedazo de alma. Pero debía hacerlo. Si no los apartaba de su vida,