Alessandro conocía a la perfección a la mujer que tenía delante; por eso no dudó ni un segundo. Miró a la enfermera con frialdad contenida y le dio la orden en voz baja, medida, como quien dicta sentencia: que sacara una muestra de sangre al recién nacido sin que Anabella se percatara.
La enfermera, consciente de con quién trataba, obedeció. No iba a llevarle la contraria a un Farreti cuando la vida de cualquiera podía depender de un capricho suyo. Con manos temblorosas por la tensión, tomó la muestra y la selló en el sobre hospitalario mientras la escena seguía su curso como si nada.
Alessandro sostuvo el sobre entre los dedos unos segundos, apretándolo hasta que la piel se le puso blanca. Le confiaron la bolsa a uno de sus hombres de máxima confianza y le ordenó, sin titubear, que llevara la muestra a un laboratorio privado para repetir la prueba de paternidad. Anabella estaba muy equivocada si creía que con un informe manipulado iba a engañar a Alessandro Molinari. No esa vez.
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