Natalia frunció el ceño levemente, sorprendida. ¿Especial? ¿Cómo podía ser especial si estaba fingiendo todo este tiempo?
—No me conoces, ¿cómo puedes decir que soy especial? —respondió, medio riendo, medio desconcertada.
Anabella la miró de arriba abajo con una sonrisa que solo reflejaba una confianza plena.
—Se te ve por encima de la ropa. —dijo con un tono ligero, casi juguetón, como si estuviera evaluando algo más que su simple presencia. —Eres diferente, y ya te lo dije: eso me agrada. Me encantaría ser tu amiga. Puedes contar conmigo para lo que desees.
Natalia no sabía qué pensar. Aunque sus palabras eran agradables, había algo en su mirada que la hacía sentirse vulnerable, como si estuviera siendo observada más de lo que podía tolerar.
—Gracias, aprecio mucho el gesto. —dijo con sinceridad, aunque algo de desconfianza se asomaba en su tono.
Anabella, hábil como siempre, no se quedó ahí. Con sutileza, entre charlas insustanciales y bromas, fue ganándose poco a poco la confianza