Natalia no quería dejar solo a Alessandro, pero sabía que no estaría en mejores manos que en las de Ofelia, que había sido como una madre para él.
Esa mañana, sin embargo, tenía una cita pendiente con la mujer que había conocido en la fiesta. Natalia estaba decidida a no ser una carga para Alessandro. Por eso, apenas amaneció, salió de la villa. Su chofer la condujo hasta el centro de Manhattan y se estacionó frente al imponente Hammerstein Ballroom, uno de los lugares más exclusivos y codiciados por las casas de moda más prestigiosas para realizar sus eventos.
El chofer–guardaespaldas que su esposo le había asignado le abrió la puerta del vehículo con un gesto solemne. Natalia descendió con un ligero temblor en las manos. Sentía un nudo en el estómago: últimamente su vida era un torbellino de experiencias nuevas, tantas que apenas podía asimilarlas. Respiró profundamente, alisó con disimulo el vestido que llevaba puesto y entró al edificio con paso firme.
Una joven de cabello recogid