—¡Yo no te he traicionado, tienes que creerme! —exclamó Natalia con la voz quebrada, los ojos húmedos y el corazón palpitándole en la garganta. Le dolía hasta los huesos que Alessandro pensara eso de ella, porque jamás en la vida se atrevería a hacer algo en su contra.
Él la soltó con rabia, como si quemara.
—Solo de ti pudo haber salido esa maldita información de que nuestro matrimonio era falso. —Se pasó una mano por el cabello, despeinándolo con frustración, los labios tensos en una mueca de furia—. Te lo advertí, maldita sea, ¡te lo advertí!
—Te lo juro, yo no te he traicionado —replicó Natalia, temblando, con las manos extendidas hacia él, como si intentara tocarlo para que le creyera.
—No gastes tu tiempo tratando de convencerme, porque no lo haré. —Su voz sonó como un filo impregnado de rencor—. Ahora lo que hay que hacer es solucionar este inconveniente que está a punto de joderme la vida.
Natalia frunció el ceño, desconfiada.
—¿De qué estás hablando?
Él ladeó la cabeza, una s