La cena de las mentiras

El brazo de Kaelan bajo mi mano era una barra de acero viviente, inmóvil y frío. Cada paso que dábamos por el pasillo, iluminado por antorchas que proyectaban sombras danzantes, resonaba en el silencio sepulcral de la mansión. Yo me aferraba a él, no por elección, sino porque mis piernas temblaban tanto que era la única forma de mantenerme en pie. La seda negra del vestido, que antes me había parecido una armadura, ahora era una piel demasiado delgada que no lograba protegerme del frío que emanaba de él.

"Recuerda", murmuró su voz junto a mi oído, un susurro que helaba la sangre, "sonríe. Asiente. Diles que estás agradecida por esta... oportunidad. Si dudan, si sospechan aunque sea un instante, cuelgo. Y mi oferta muere con esa llamada."

Asentí, incapaz de hablar. La garganta me ardía, seca por el miedo.

Entramos a un comedor que parecía sacado de un palacio renacentista. Una mesa de roble pulido, tan larga que el otro extremo se perdía en la penumbra, estaba puesta con vajilla de plata y cristal tallado. Lysander y Cassian ya estaban sentados, flanqueando la cabecera donde Kaelan se sentaría. Lysander me dedicó una sonrisa de lobo, mientras Cassian apenas alzó la vista de su copa, su expresión impasible.

Kaelan me guió a la silla a su derecha, directamente frente a una pantalla de ébano que se alzaba en la pared. En ese momento, se encendió, mostrando una imagen que me hizo contener la respiración.

Eran ellos. Los hermanos Voronin. Sasha, el mayor, con su cicatriz que le cruzaba el ojo izquierdo, y Mikhael, más joven pero con la misma crueldad en la mirada. Hombres a los que les debía una suma que había crecido con intereses imposibles, alimentada por la desesperación.

"Elara", gruñó Sasha, sus ojos recorriéndome con lujuria y desconfianza. "Pareces... diferente."

Kaelan se inclinó ligeramente hacia delante, interceptando su mirada. Su presencia, incluso a través de una pantalla, era tan opresiva que noté cómo los Voronin se tensaban inconscientemente.

"La señorita Volkov está bajo mi protección ahora", dijo Kaelan, su voz tranquila pero con un filo de acero. "Como acordamos."

Mikhael se rió, un sonido áspero. "¿Protección? Esa puta nos debe una fortuna."

Sentí una oleada de vergüenza y rabia. Apreté los puños bajo la mesa, clavándome las uías en las palmas. Actúa, me ordené a mí misma.

"El trato ha cambiado, Mikhael", dije, forzando una calma que no sentía. Mi voz sonó más firme de lo que esperaba. "El señor Thorne ha... asumido mis obligaciones. Ya no les debo nada."

Sasha entrecerró los ojos. "¿A cambio de qué, exactamente? No eres más que una criada."

Fue entonces cuando Kaelan hizo algo inesperado. Deslizó su mano, glacial, sobre la mía, que yacía temblorosa en la mesa. El contraste entre su frío mortal y el calor de mi piel fue un shock. Sus dedos se entrelazaron con los míos en un gesto que, para cualquiera que mirara, era posesivo, íntimo. Un gesto de un amante.

"A cambio de su compañía", declaró Kaelan, su mirada gris fija en la pantalla, desafiante. "Un bien que valoro muy por encima de vuestro dinero."

El silencio del otro lado fue elocuente. Los Voronin intercambiaron una mirada. Estaban confundidos, pero la autoridad en la voz de Kaelan era innegable. Era la autoridad de alguien que estaba acostumbrado a ser obedecido, a quien no se le cuestionaba.

"Bien", concedió Sasha, finalmente, aunque la desconfianza no abandonaba sus ojos. "Consideraremos el asunto cerrado. Por ahora." Su mirada se posó en mí una última vez, llena de una promesa siniestra. "Cuídate, Elara."

La pantalla se oscureció.

La tensión se rompió. Solté el aire que no sabía que estaba conteniendo, y retiré mi mano de la de Kaelan como si me hubiera quemado. Él no hizo ningún comentario, simplemente reclinó su espalda en la silla, observándome.

"Una actuación aceptable", murmuró Lysander, tomando un sorbo de vino rojo oscuro, demasiado oscuro. "Aunque un poco rígida."

"Callad, Lysander", dijo Cassian, por primera vez. Su voz era grave y serena. "Ella hizo lo que debía."

Un sirviente no humano, una criatura de movimientos demasiado fluidos y ojos vacíos, sirvió la cena. La comida olía divinamente, pero yo no podía comer. Cada bocado habría sido un esfuerzo. Kaelan no tocó su plato. Solo bebía de una copa de cristal tallado que contenía un líquido espeso y del color de la granada. No necesitaba preguntar qué era.

"¿Por qué?" La pregunta me salió antes de poder detenerla. Todos los ojos se posaron en mí. "¿Por qué ese espectáculo? ¿Por qué hacerles creer que... que soy tu amante?"

Kaelan giró lentamente su copa entre sus largos dedos.

"Por dos razones, Elara", respondió, su mirada fija en el líquido escarlata. "La primera, es la explicación más creíble para tu desaparición y mi intervención. La lujuria es un motivo que hombres como ellos entienden." Hizo una pausa y alzó la vista hacia mí. "La segunda, y más importante, es una declaración. Para ellos y para cualquiera que se atreva a mirarte. Eres mía. Estar bajo mi protección es una cosa. Ser percibida como mi posesión personal... eso te convierte en un objetivo intocable. O, al menos, en un objetivo mucho más peligroso de tocar."

Sus palabras no me tranquilizaron. Todo lo contrario. Me había marcado, no con un hierro, sino con una ilusión de intimidad que era más poderosa que cualquier cadena.

La cena transcurrió en un silencio incómodo. Cuando los platos fueron retirados, Kaelan se levantó.

"Cassian te acompañará a tu habitación. Mañana al anochecer, te prepararás. Es la hora."

No necesitó decir para qué. La primera donación. Un temblor incontrolable me recorrió la espalda.

Cassian, silencioso como una sombra, se puso de pie y me indicó la salida. Al pasar junto a Kaelan, este me tomó suavemente del brazo, deteniéndome.

"Duerme bien, Elara", susurró, su aliento gélido rozando mi piel. "Necesitarás toda tu fuerza."

Cassian y yo caminamos en silencio por los pasillos. Su presencia era menos abrumadora que la de Kaelan, pero igual de impenetrable. Al llegar a la puerta de mi suite, me detuve, valorando.

"¿Qué le pasó a las otras?" pregunté, mirando el suelo. "A las otras Invitadas de Sangre."

Cassian se quedó quieto un momento. Cuando habló, su voz era baja, casi compasiva.

"No soportaron el... cambio", repitió las palabras de Kaelan. "Nuestro veneno es poderoso. Purifica, pero también transforma. Algunos cuerpos humanos no pueden adaptarse. Se consumen." Hizo una pausa. "Tu esencia es fuerte. Eso te da una oportunidad. Solo una."

Se consumen. Morir. Eso quería decir. No era solo donar sangre. Era envenenarme lentamente con su esencia vampírica.

Antes de que pudiera preguntar más, asintió con la cabeza y se alejó, desapareciendo en la oscuridad del corredor.

Entré en mi suite y me apoyé contra la puerta cerrada, el corazón martilleándome en el pecho. No era solo una prisionera, era un conejillo de indias. Mi vida pendía de un hilo, sujeta a la fuerza de mi propia sangre y a la capacidad de mi cuerpo para soportar un veneno.

Me quité el vestido negro, sintiendo la seda como una piel sucia de mentiras y amenazas. Me puse la camisa de dormir y me acerqué a la ventana. La luna, llena y brillante, iluminaba los terrenos, bañando de plata el bosque oscuro que me rodeaba. La verja, tan lejana, parecía burlarse de mí.

De repente, una figura emergió de la oscuridad de los árboles, justo en el borde del claro iluminado por la luna. No era Cassian ni Lysander. Era un hombre alto, con una capa oscura que se movía con el viento. Su postura era desafiante, y aunque estaba demasiado lejos para distinguir sus rasgos, sentí su mirada fija en mi ventana. En mí.

Se quedó allí, inmóvil, observando. No era uno de los de Kaelan. Lo supe con una certeza instintiva. ¿Era del Concilio de Ancianos? ¿Otro enemigo?

Levantó un brazo lentamente, señalando directamente hacia mi posición. No era un saludo. Era una acusación. Una promesa.

Antes de que pudiera reaccionar, la figura dio media vuelta y se desvaneció entre los árboles, tan silenciosamente como había aparecido.

Me alejé de la ventana, el corazón galopando. Kaelan me había dicho que no intentara huir, que las verjas estaban vigiladas. Pero no me había dicho que el peligro también podía venir de fuera. Que alguien más, alguien que no era humano y que claramente no era bienvenido, me estaba observando.

La primera donación era mañana. Un vampiro quería mi sangre. Un misterioso extraño vigilaba desde la oscuridad. Y yo, atrapada en el medio, tenía que decidir si confiar en mi captor para sobrevivir a la noche, o si el observador en el bosque representaba una oportunidad de escape... o una amenaza aún mayor.

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