El eco de la pregunta de Kaelan resonaba en el silencio de mi cráneo. ¿Cuánto de tu alma estás dispuesta a perder antes de que empieces a disfrutarlo? Mis rodillas amenazaban con ceder, pero un resto de orgullo, ese mismo que me había mantenido en pie frente a la enfermedad de mi madre y los cobradores de deudas, me obligó a apretar los puños hasta que las uñas se clavaron en mis palmas.
"No tienes mi alma", logré decir, desafiando la tormenta gris de sus ojos. "Y no disfrutaré de nada aquí."
Una sonrisa lenta, casi de aprobación, se dibujó en los labios de Kaelan. El rubio, a quien el otro llamó Lysander, soltó una carcajada.
"¡Bravo! Al menos no será aburrido, Alfa."
El tercero, el silencioso, solo observaba. Su mirada era diferente, más analítica, como si estuviera evaluando un espécimen raro. Kaelan lo llamó Cassian.
"Todo tiene un precio, Elara", dijo Kaelan, ignorando mi comentario. Su voz era como seda sobre acero. "Incluida la vida de tu madre."
Un frío más profundo que el toque de sus dedos se apoderó de mí. "¿Qué sabes tú de mi madre?"
"Lo sé todo." Se acercó, rodeándome sin tocarme, su presencia un muro de energía contenida. "Sé que se llama Clara. Sé que el tratamiento que podría salvarla cuesta más de lo que ganarías en diez vidas limpiando pisos. Sé que los hombres a los que le debes dinero no son tan... pacientes como yo."
Cada palabra era un clavo en mi ataúd. Él no solo tenía mi cuerpo; tenía mi talón de Aquiles. Mi vulnerabilidad absoluta.
"¿Qué quieres?" Susurré, la derrota empezando a filtrarse en mi voz.
"Ya te lo he dicho. Algo que solo tú puedes darme." Se detuvo frente a mí. "Tu sangre no es común, Elara. Es un manantial raro, un elixir que sostiene nuestra especie. Y la tuya es la más pura que hemos encontrado en siglos."
Vampiros. La palabra, ahora confirmada, dejó de ser un concepto de pesadilla para convertirse en mi realidad. Mi estómago se retorció.
"¿Soy... tu comida?" La idea era tan denigrante que me provocó náuseas.
La sonrisa de Kaelan se ensanchó, mostrando de nuevo el destello de sus colmillos. "Eres mi Invitada de Sangre. Un honor, aunque tu mirada diga lo contrario. Vivirás en la cima del lujo. Tendrás todo lo material que desees. A cambio, donarás tu sangre periódicamente. Y a cambio..." Hizo una pausa dramática, sus ojos recorriendo mi cuerpo de arriba abajo, "... tu madre recibirá el mejor tratamiento médico del mundo, en una clínica privada en Suiza. Su deuda será borrada."
Era una oferta imposible de rechazar. Era el diablo ofreciendo el cielo a cambio de un fragmento de mi inferno personal. Mi libertad, mi cuerpo, mi sangre... a cambio de la vida de la única persona que me había amado.
"¿Y si me niego?" La pregunta sonó débil, incluso para mis propios oídos.
Kaelan se encogió de hombros, un gesto elegantemente mortal. "Entonces tus deudores recibirán tu ubicación esta misma noche. Y tu madre... bueno, sin el tratamiento, los médicos le dan tres meses." Sus ojos se endurecieron. "La elección es tuya, Elara. Un futuro de opulencia a mi lado, con tu madre a salvo, o una muerte segura y dolorosa para ambas."
No había elección. En el fondo, lo sabía. Era un intercambio desigual: mi humanidad por la vida de mi madre. Asentí lentamente, una sola vez, sintiendo cómo una parte de mí se quebraba y moría en ese instante.
"Inteligente", murmuró Lysander, levantando su copa en un brindis burlón.
Kaelan extendió su mano, no para tomar la mía, sino para indicar el ascensor. "Bienvenida a tu nueva vida."
Me condujeron fuera de "La Cripta" por una salida trasera, hacia una limusina negra cuyo interior olía a cuero y a poder. Nadie habló durante el trayecto. Miré por la ventana la ciudad que se desdibujaba, mi antigua vida reducida a un puñado de recuerdos amargos. Pronto, salimos de los límites urbanos y nos adentramos en una zona boscosa, hasta que una verja de hierro forjado, adornada con símbolos que parecían antiguos y crueles, se abrió silenciosamente ante nosotros.
La mansión que se alzaba al final del camino era más un castillo gótico que una casa. Piedra gris, torreones que se recortaban contra la luna, y ventanas que parecían ojos vacíos. El coche se detuvo frente a una escalinata de mármol.
Dentro, el silencio era absoluto. No había sirvientes humanos a la vista. La decoración era imponente y fría: tapices oscuros, muebles antiguos, y un aire tan quieto que parecía que el tiempo mismo se había detenido allí.
Kaelan me guio por un laberinto de pasillos hasta una suite. La habitación era enorme, con una cama con dosel y una chimenea donde ardía un fuego bajo. Era una jaula, pero era una jaula dorada.
"Esta será tu habitación", anunció. "Tienes libertad para moverte por la casa, pero las verjas están vigiladas. No intentes huir. Sería... decepcionante." Su tono indicaba que la decepción tendría consecuencias terribles.
"¿Cuándo...?" No pude terminar la pregunta.
"Tu primera donación será mañana al anochecer", respondió, leyendo mi mente. "Descansa. Vas a necesitar fuerzas." Su mirada se posó en el latido que, seguramente, se aceleraba en mi cuello. No había deseo en su mirada, solo una avidez fría y calculadora.
Se dio la vuelta para irse, pero se detuvo en la puerta.
"Por cierto, Elara", dijo sin mirarme. "Eres la primera Invitada de Sangre en décadas. Los últimos... no soportaron el cambio. Espero que tu esencia sea tan fuerte como aparenta."
La puerta se cerró con un clic suave, dejándome sola con sus palabras amenazantes. No soportaron el cambio. ¿Qué cambio? ¿Morir? ¿Volverse como ellos?
Me dejé caer en la cama, abrumada. El lujo que me rodeaba me resultaba agresivo. Cada alfombra persa, cada cuadro antiguo, era un recordatorio de mi transacción. Había vendido mi cuerpo, mi sangre, para salvar a mi madre. Pero, ¿a qué costo?
Horas después, incapaz de dormir, salí de la habitación. La mansión era un mausoleo. Caminé sin rumbo, hasta que unos bajos murmullos me guiaron hacia una puerta entreabierta. Era una biblioteca. Y dentro, Lysander y Cassian hablaban. Me escondí detrás de una estantería, conteniendo la respiración.
"... no podemos confiar en que dure", decía la voz grave de Cassian. "Su olor es... perturbador. Demasiado humano. Demasiado puro. Atraerá problemas."
"Esa es la idea, ¿no?" replicó Lysander con su tono burlón. "Kaelan necesita un catalizador. Algo que rompa el estancamiento del clan. Ella es el cebo perfecto."
"O la chispa que lo incendie todo", gruñó Cassian. "El Concilio de Ancianos no aprobará esto. La considerarán una abominación, un riesgo para nuestro secreto."
"El Alfa hace lo que quiere. Y lo quiere a ella. No solo por su sangre, Cassian. Lo viste. La mira como si... como si pudiera saborear su alma."
"Eso es lo que me preocupa."
Sus palabras se desvanecieron cuando se alejaron. Me quedé temblando, apoyada contra los fríos estantes de madera. Catalizador. Cebo. Abominación. No era solo una fuente de alimento. Era una pieza en un juego de poder que no entendía. Kaelan me quería por algo más que mi sangre. Y el peligro no solo provenía de él, sino de algo llamado Concilio de Ancianos.
Al regresar a mi suite, encontré un vestido negro, largo y elegante, tendido sobre la cama. No lo había pedido. Junto a él, una nota con una caligrafía enérgica y familiar:
La cena es a la medianoche. Vístete. Tus deudores quieren una confirmación de que estás... bien. Serás puesta en videollamada. Actúa de manera convincente, o el trato se cancela. - K.
El corazón se me heló. No era una sugerencia; era una orden. Una prueba. Tendría que mirar a las cámaras, a los hombres que me habían amenazado de muerte, y fingir que estaba bien, que estaba con un "benefactor" generoso. Tendría que mentir para salvar mi vida y la de mi madre, mientras el hombre que me tenía cautiva observaba cada uno de mis tics, cada mentira temblorosa.
Me puse el vestido. La seda fría se ajustó a mi cuerpo como una segunda piel. Me miré en el espejo. Ya no era la sirvienta. Era la prisionera de lujo, la invitada de sangre, el cebo.
Cuando el reloj de la chimenea dio las doce campanadas, una figura alta y oscura apareció en el marco de mi puerta. Era Kaelan. Vestía un traje de smoking que intensificaba su palidez sobrenatural y la profundidad de sus ojos. Su mirada me recorrió de arriba abajo, y por primera vez, creí ver un destello de algo que no era frío cálculo: era posesión. Pura, absoluta y aterradora posesión.
"Estás hermosa", dijo, su voz un susurro ronco. Extendió su brazo. "Ven. Es hora de que mientas por tu vida."
Tomé su brazo. Su antebrazo era duro como el roca bajo la tela. Su tacto, aún frío, ahora enviaba una descarga eléctrica que me recorrió todo el cuerpo. Era repulsión. Era miedo.
Pero, mientras caminábamos por el corredor hacia lo que supuse sería el comedor, con la promesa de una actuación humillante ante mis verdugos y la presencia de este hombre enigma a mi lado, una pregunta insidiosa comenzó a formarse en mi mente, alimentada por el recuerdo de la admiración en sus ojos.
¿Y si Lysander tenía razón? ¿Y si, en medio de todo este horror, una parte de mí empezaba a encontrar un peligroso placer en la intensidad de esta pesadilla?