Capítulo 3

MORGAN

—¿Una unión? —repito, y cuando mis ojos vuelven a cruzarse con los de Stefan, ya sé por dónde va todo. Mi estómago se retuerce con un odio crudo y ardiente—. No. Ni de coña.

—No es una petición, Morgan. —La voz de mi padre se vuelve áspera, cargada de una autoridad que he desafiado tantas veces, pero que ahora suena como una sentencia—. Es un trato. Uno que ya está hecho.

—¿Me estás vendiendo como si fuera algún tipo de mercancía? —mi voz se quiebra por la furia, pero mantengo la barbilla en alto, negándome a ceder ante su maldita manipulación.

—Es la única manera de garantizar la paz entre ambas familias. Y sinceramente, tú eres el único recurso que puedo ofrecer que realmente importe.

No puedo creer lo que estoy escuchando. Pero al mirar de nuevo a Stefan, la sonrisa que curva sus labios me dice que él sí lo cree. Que probablemente ya lo sabía desde antes de entrar por esa puerta.

Hijo de puta.

—No. Ni de puta coña —escupo, con la voz cargada de pura rabia.

Mi padre me observa con la paciencia de quien ya había anticipado mi respuesta. Pero me importa una m****a. Esto es una locura.

—Morgan, escúchame... —intenta decir, pero yo ya estoy moviéndome.

—No hay nada que escuchar. ¿Te has vuelto completamente jodido de la cabeza? —mi voz tiembla, pero es por la furia, no por el miedo.

Me doy la vuelta, dispuesta a largarme de esa puta casa demente. Cada paso hacia la puerta se siente como un desafío, como si fuera a estallar alguna bomba en cualquier momento.

Pero, joder, no puedo quedarme aquí ni un segundo más.

Llego al pasillo y mi madre está ahí, con el rostro desencajado, intentando detenerme.

—Morgan, por favor... —su voz suena frágil, suplicante, pero no me detiene.

—¿Lo sabías? ¿Tú también estás de acuerdo con esto? —le lanzo la pregunta como un puñal, sin esperar una respuesta porque nada de lo que diga va a cambiar lo que pienso.

Bajo las escaleras a toda velocidad y atravieso la puerta principal. Mi coche está en el garaje, pero no tengo tiempo para eso. Solo necesito largarme.

El aire fresco de la noche me golpea la cara cuando cruzo el jardín, pero mis pasos se detienen en seco.

Porque un brazo fuerte como el puto acero me atrapa de repente por la cintura, inmovilizándome.

—¿Y a dónde crees que vas, Angel? —La voz de Stefan retumba en mi oído, profunda y jodidamente segura de sí misma.

—Suéltame, cabrón. —Intento zafarme, pero él no se inmuta.

—No es muy inteligente salir corriendo sin siquiera coger las llaves del coche. ¿O tu plan era irte caminando hasta la ciudad? —Su tono es una burla mezclada con algo más. Algo que me hace querer arrancarle la sonrisa de la cara.

—Prefiero caminar descalza sobre vidrios rotos que casarme contigo.

—Te gusten o no las condiciones, preciosa, ya está decidido. Así que vas a tener que acostumbrarte a la idea. —Su agarre se afloja un poco, pero no lo suficiente para que pueda escapar.

—¿Y si me niego?

Su sonrisa es lenta, peligrosa.

—Entonces, tendré que convencerte de que quedarte conmigo es la mejor opción que tienes. Y créeme, puedo ser muy, muy convincente.

Este cabrón no tiene idea de con quién se está metiendo. Pero si él quiere jugar, yo también puedo jugar. Y no voy a perder.

Le clavo el codo en las costillas con toda la fuerza que puedo reunir, y él suelta un gruñido bajo, pero no me suelta. Así que intento darle un rodillazo en la entrepierna, pero Stefan es jodidamente rápido.

En un movimiento fluido, me gira y me empuja contra la pared más cercana, su mano atrapando mi cuello con firmeza pero sin hacerme daño. Solo ejerciendo la presión suficiente para que sepa que él tiene el control.

—Sigues intentando escapar, angelito. —Su voz ronca roza mi oído, tan malditamente cerca que me estremezco.

—Suéltame, jodido psicópata —escupo, aunque mi voz suena más temblorosa de lo que me gustaría.

Él ríe, esa risa baja y provocativa que me enerva y, al mismo tiempo, me enciende de una manera que odio.

—¿Por qué iba a hacerlo, si parece que te gusta más de lo que admites? —susurra, y su pulgar acaricia la línea de mi mandíbula mientras me sostiene contra la pared.

—Estás... loco... —murmuro, pero mis palabras se cortan cuando su agarre se intensifica un poco más, lo suficiente para que me falte el aire, pero no para hacerme daño real.

El calor en su mirada se mezcla con un desafío oscuro y retorcido que me hace arder por dentro. Y entonces... un sonido escapa de mis labios. Bajo, involuntario. Un gemido que ni siquiera sabía que estaba ahí.

Su sonrisa se ensancha, arrogante y peligrosa.

—Vaya, parece que he encontrado la forma adecuada de manejarte, ¿no? —Su tono es pura provocación, diseñado para que me avergüence y me enfurezca al mismo tiempo.

Pero no voy a darle la satisfacción de verme quebrar. No va a ganar.

—Sigue soñando, Corsetti. —Le sostengo la mirada con fuego en los ojos, negándome a ceder ni un maldito centímetro.

—Me gusta cuando luchas. —Su aliento roza mi piel antes de soltarme finalmente, dándome un paso atrás como si quisiera observar mi reacción. Como si le divirtiera este maldito juego.

Pero si cree que voy a rendirme, está muy equivocado.

La rabia me quema por dentro. Este cabrón se cree con el derecho de controlarme, de tocarme como si tuviera algún maldito poder sobre mí.

—Eres un puto psicópata con complejo de dios, ¿sabes? —le espeto con veneno en la voz, limpiando mi cuello con la mano como si pudiera borrar su toque.

Stefan no se inmuta. Solo se cruza de brazos y me observa como si mis insultos fueran música para sus oídos. Como si disfrutara cada palabra.

—Te crees tan jodidamente intocable, tan dueño de todo... Pero no eres más que un niñato rico con delirio de grandeza. Un idiota que se cree que con su nombre y su m****a de poder puede controlar a todos. Pero yo no soy como los demás, imbécil. No voy a arrodillarme ante ti. No voy a...

No termino de hablar.

Porque Stefan se lanza hacia mí y me aplasta contra la pared, su boca atrapando la mía con un beso salvaje y devastador. Su lengua se abre paso entre mis labios sin pedir permiso, posesiva y exigente.

Y lo peor de todo es que, por un segundo, mi cuerpo se rinde al calor abrasador de su contacto. Mis dedos se enredan en su camisa casi sin darme cuenta, aferrándome a él como si necesitara esa proximidad tanto como la odio.

Se separa apenas, su rostro a centímetros del mío, su aliento cálido acariciando mi piel mientras me observa con una intensidad que me quema.

—La única forma que encontré de callarte, ángel —murmura con esa voz grave y arrogante que parece hecha para provocarme.

—Eres un cabrón... —digo sin aliento, aunque mi tono suena más débil de lo que quisiera.

—Sí, y lo peor de todo es que te encanta. —Su sonrisa es pura maldad disfrazada de deseo.

Lo empujo con todas mis fuerzas, alejándolo de mí aunque todavía puedo sentir el calor de su cuerpo y el peso de su mirada sobre mí.

—Quédate lejos de mí, Corsetti. —Le lanzo la advertencia con la voz tan fría como puedo.

Pero él solo se ríe, como si acabara de ganar algún juego retorcido en el que nunca quise participar.

Stefan no me deja escapar. Su mano se cierra alrededor de mi muñeca con fuerza, sin intención de soltarme.

—Ya te lo dije, preciosa. Esto está decidido. —Su tono tiene esa calma jodidamente irritante que me pone los nervios de punta.

—Si crees que puedes obligarme a algo, estás más loco de lo que pensaba. —Le lanzo una mirada fulminante, pero él solo sonríe con esa maldita arrogancia que parece grabada en su jodido ADN.

—No necesito obligarte, Morgan. Solo necesito que veas las cosas desde la perspectiva adecuada. —Y antes de que pueda protestar, me arrastra de vuelta a la casa.

Intento resistirme, claro que lo intento, pero este cabrón es fuerte. Y si me retuerzo demasiado, probablemente termine con un brazo roto. Así que, a regañadientes, sigo sus pasos hasta el salón donde mi padre sigue esperando, con su típica expresión impasible.

—¿Ya la has convencido? —pregunta mi padre, con voz baja pero cortante.

—No exactamente. Pero creo que una motivación adicional podría ayudar. —Stefan me suelta finalmente, pero se queda cerca, como si esperara que intente largarme otra vez.

—No hay nada que pueda decirme que cambie lo que pienso. —Mi voz suena firme, aunque por dentro estoy ardiendo de ira y frustración.

—¿Nada, dices? —mi padre se cruza de brazos, observándome como si fuera un problema matemático que debe resolver. Y entonces suelta la bomba—. Porque, si no aceptas este matrimonio, tendré que buscar otra opción para asegurar la alianza.

—¿Qué demonios estás diciendo? —respondo con el ceño fruncido.

—Tienes una hermana, ¿no? —dice mi padre, como si estuviera hablando del maldito clima—. Si tú no cooperas, entonces será ella quien se case con Stefan.

Mi respiración se congela. La ira y la desesperación me queman la garganta, dejándome sin palabras por un momento.

—No te atreverías... —murmuro, pero incluso mientras lo digo, sé que es mentira. Mi padre es perfectamente capaz de vender a su otra hija si eso significa mantener su poder.

—Lo haría sin dudarlo. —Su tono es tan frío y certero que me hace estremecer.

Stefan me observa con esos ojos grises oscuros que parecen querer devorarme. No dice nada, porque sabe que ya ha ganado.

Porque ahora mi única opción para proteger a mi hermana... soy yo

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