STEFAN
Encendí el motor del Mercedes con un rugido que parecía reflejar la furia que aún hervía en mis venas. Morgan estaba sentada a mi lado, rígida como una estatua, con los brazos cruzados sobre el pecho y la mandíbula apretada en una clara señal de desafío. Pero ese fuego en sus ojos... Joder, ese fuego era lo que me mantenía enganchado.
—Eres un maldito cavernícola, ¿lo sabías? —escupió, sus palabras afiladas como cuchillas mientras me lanzaba una mirada furiosa—. ¿Qué clase de hombre arrastra a alguien fuera de un bar como si fuera un jodido animal?
—Uno que no va a permitir que su prometida se esté restregando contra su hermano en un maldito bar de mala muerte —respondí con voz cortante, sin apartar la vista del camino mientras aceleraba más de lo necesario. La rabia aún quemaba en mi interior. Pero también lo hacía el deseo.
—¡No estaba restregándome contra nadie, maldito paranoico! —protestó, sus manos moviéndose con frustración mientras gesticulaba—. Pero claro, tú lo interp