STEFAN
—Llévame a casa, Stefan. —dijo finalmente, aunque su voz carecía de la seguridad que intentaba transmitir.
—Aún no. —repliqué con una sonrisa peligrosa—. Primero, vamos a aclarar algunas cosas. Porque créeme, Morgan, esta conversación está lejos de terminar.
Mis dedos seguían enredados en su cabello, mi agarre lo suficientemente firme como para que entendiera que no pensaba dejarla escapar de esta conversación. Su respiración aún era agitada por el beso y su mirada estaba cargada de rabia y deseo entremezclados. Pero yo ya no pensaba darle espacio para negar la verdad.
—Escúchame bien, Morgan —mi voz salió baja, fría, con esa brutalidad que solo reservaba para quienes osaban desafiarme—. Si vuelvo a verte cerca de otro hombre, no me voy a molestar en ser civilizado. Lo mataré delante de tus malditos ojos y haré que te quedes ahí hasta que comprendas de una vez que tú me perteneces.
Ella se tensó, pero no apartó la mirada. Eso era lo que más me jodía de Morgan. Nunca retrocedía.