Seraphine se acercó a la silla junto a la ventana y se sentó. El sol se estaba poniendo, tiñendo las torres de piedra de un dorado suave. Era hermoso, pero su mente estaba llena de sombras: lo que ocurriría en la reunión de mañana.
Ellos la verían. La escucharían. Y sabrían que no sería un mero adorno al lado de Alaric.
De pronto, la puerta volvió a abrirse. No era una doncella esta vez, sino Evelyne, su dama principal. Cerró la puerta antes de hablar.
—Su Alteza, acaba de llegar un mensaje del emisario oriental. Quieren confirmar su presencia en el banquete de mañana.
Seraphine alzó una ceja.
—Las noticias viajan rápido.
Evelyne se acercó y dejó un rollo de pergamino sobre la mesa.
—El palacio siempre tiene oídos en todas partes, mi Reina.