Alaric no lo persiguió. Se inclinó hacia él y soltó un gruñido bajo: la última advertencia.
Cuando se fueron, Alaric volvió a su forma humana, respirando con fuerza. Seraphine lo miró largo rato y dijo en voz baja:
—Mañana… sabrán que estamos en el mismo bando.
Alaric sonrió apenas. —Mañana, sabrán que tú también tienes colmillos.
La noche volvió a la calma, pero Seraphine sabía que, desde ese momento, el juego recién empezado ya no se jugaría solo con palabras.
El viento nocturno se sentía más denso después de que los atacantes se retiraran. El tenue olor a hierro de la sangre de los guardias se mezclaba con el aroma a tierra húmeda y algo más salvaje: el rastro de la manada aún flotando en el ai