Seraphine los observó largo rato.

 —¿También quieren luchar? —preguntó en voz baja.

Alaric, de pie a su lado, respondió:

 —Sí. Han perdido familias, hogares. Quieren sentir que tienen fuerza.

Seraphine bajó la mirada, con el corazón encogido.

 —Tengo miedo. Miedo de que crezcan conociendo solo la guerra.

Alaric la miró con seriedad.

 —Por eso debemos ganar, Seraphine. Para que ellos sepan lo que significa la paz. Para que conozcan la espada solo como un juego, no como una carga.

Seraphine guardó silencio, luego lo miró.

 —Siempre tienes una respuesta, ¿no?

Alaric sonrió levemente.

 —Solo cuando se trata de ti.

Al mediodía, caminaron hacia un pequeño jardín dentro de la fortaleza. Las flores s