El aire de Mooncliff seguía impregnado de sangre y humo al amanecer. Entre las ruinas del bastión que habían defendido, los supervivientes encendían antorchas, recogían los cuerpos de los caídos y reparaban las armas rotas. Seraphine se alzaba sobre un balcón de piedra resquebrajada, su capa ondeando al viento. Sus ojos miraban hacia el este, hacia las montañas grises ahora cubiertas por la bruma.

Allí apareció una nueva grieta—y allí, Kaelith esperaba.

Fenris se acercó, su cuerpo enorme envuelto en vendajes toscos. Aunque la sangre aún goteaba de la herida de la noche anterior, sus ojos ardían con fuego.

 —El valle del este es la puerta. Si la dejamos abierta más tiempo, toda la tierra se llenará de sombras. Tenemos que cerrarla antes de la próxima noche.

Rafe asintió, desplegando un ma