—¡Seraphine! —Alaric la atrapó antes de que cayera.
Pero esta vez fue distinto: de su piel comenzaron a surgir líneas de luz, como raíces incandescentes que trepaban hacia sus brazos. Rafe retrocedió al instante, Liora desenvainó un cuchillo por instinto.
Seraphine gritó, pero no de dolor, sino por la oleada de energía que invadía su cuerpo. Era extraño y familiar al mismo tiempo: poder. Un poder que jamás había sentido.
La voz resonó de nuevo en su mente, más clara que nunca:
“…aperire… portas lunae…”
Su mano se alzó sin control, y un chorro de luz brotó de su palma, impactando contra la pared de la casa. La madera no solo se rompió: se desintegró como devorada por el resplandor. La lluvia irrumpió de golpe en la habitación, junto al aire helado de la noche.