Seraphine dejó el rollo sobre la mesa, presionándolo con la punta de los dedos. —Dos señales en una sola mañana. Las marcas de garras en la piedra, y los cuerpos sin corazón. Esto no es un mensaje al azar, Alaric.
—No —asintió él—. Es un anuncio.
Evelyne tragó saliva. —¿Un anuncio… de qué?
Alaric la miró, sus ojos reflejando la sombra de la noche que se avecinaba. —De que ya están en nuestro territorio, y quieren que lo sepamos.
Seraphine se recostó en su silla, la mente girando. Sabía que, en su mundo, un anuncio así era una invitación a un duelo, pero no un simple duelo físico: era una prueba de dominación, un examen de quién merecía ser el verdadero alfa.
—Responderemos —dijo al fin—. No con mensajes… sino con presencia.