Diana había caído en un sueño profundo como era normal en ella.
Desde que se había mudado a aquella casa había vuelto a sentir que podía dormir sin preocuparse de nada.
Por más que intentó permanecer alerta para cuidar de Alexander, al sentir el calor de la cama y el del cuerpo de su esposo se había rendido al letargo.
Era la peor enfermera del mundo.
Se había dejado llevar por el sueño y las alucinaciones que su mente creaba no la animaban a despertar.
Sentía la respiración acelerada de su esposo en la espalda y sus manos grandes y traviesas comenzar a recorrerle el cuerpo.
Ni loca iba a despertar, aunque fuera en sueños dejaría toda esa calentura que tenía incrustada por culpa de Alexander.
Tal vez la que tenía fiebre era ella y le había contagiado el resfriado, porque sentía su respiración agitada y el cuerpo ardiendo.
Las manos de su esposo se llenaron con sus pechos y los torturó con ellas hasta hacerla desear que no se detuviera.
Después la boca de Alexander le tomó el lóbulo de