Capítulo 10: Vives con un león hambriento y no te ha comido… Todavía.
Era fin de semana y Alexander se había despertado con el ánimo fortalecido y muchos planes.
Iba a dejar bien callada a esa niñera criticona que se atrevía a cuestionarlo sobre cómo debía educar a sus hijos.
Tiempo de calidad, ¡ja! Él le iba a enseñar a esa duendecilla remilgada cómo se divertían los Turner.
No había dejado de repetir sus palabras toda la noche: «El idioma de sus hijos es ser traviesos y de esa forma expresan su inconformidad por tener un padre ausente y que no les dedica el suficiente tiempo». ¡Ja!
Tal vez no lo dijera con esas palabras exactas, pero así lo entendió él y no pensaba quedar como el ogro del cuento.
Iba a destapar la verdadera personalidad de sus pequeños diablitos y después solo tendría palabras de elogios para él.
Había sobrevivido solo con ellos casi seis años y nadie, ni siquiera ese engreída con aires de «eduqué a una hija perfecta», le iba a decir a él que no le había puesto suficiente empeño.
Eran las cuatro de la mañana, el silencio reinaba en la