Alexander estuvo malhumorado durante toda la cena y Diana no comprendía por qué.
Intentó varias veces mantener una conversación con él y también involucrar a los niños para que pasaran tiempo de calidad juntos, pero el señor se había puesto en modo ogro de ciénaga y nada lo sacaba de ahí.
Al final, incluso los pequeños se percataron del estado de ánimos de su padre y comenzaron a cohibirse.
—Mamá, ¿nos cuentas otro cuento para dormir? —le dijo Gabriel y ella asintió con la cabeza.
—Solo uno cortito porque ya es tarde y deben descansar, esta mañana se levantaron muy temprano. —Se iba a marchar con los niños cuando Alexander la detuvo.
—Yo iré, tú acuesta a Victoria —gruñó y ni siquiera la miró a la cara mientras lo decía.
Confusa, observó a los niños y después al padre.
—Papá, tú no sabes contar cuentos —se quejó Nathan.
—Aprenderé, vamos. —Alexander alzó a Gabriel y lo cargó con un brazo y con la mano libre tomó a Nathan. Mientras se alejaba, dejándola boquiabierta, lo escuchó decir—: