TRISTEZA PROFUNDA

Valeria

Esperé a que Marcelo se marchara del apartamento. Tardó casi dos horas en irse, supongo que con la esperanza de que regresara, pero mi orgullo era más fuerte que su frágil determinación. De todas formas, la culpa era mía por haber puesto expectativas tan altas en alguien que nunca me prometió nada. Él jamás me obligó a estar con él ni mencionó una relación seria. ¿Qué demonios esperaba yo?

El sonido de mi teléfono interrumpió mis pensamientos. No el nuevo, sino el antiguo. Miré la pantalla: era mi madre. O al menos eso creí. Hacía días que no hablábamos.

—¿Mamá? Mamita, ¿cómo estás?

—Ay, linda, no soy tu mamita. Habla tu tía otra vez.

Suspiré, sintiendo una punzada de preocupación.

—Oh… Hola, tía. ¿Por qué últimamente solo llamas tú? Mamá no me contesta, no he podido hablar con ella. ¿Qué pasa?

—Ya te lo he dicho, está mal. Lo más probable es que pronto te quedes sin madre. Aunque claro, podríamos evitarlo… pagando el tratamiento.

Las palabras de mi tía eran cada vez más hiri
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