Marcelo Ventura
Valeria pasó la noche entera en mis brazos. A lo largo de la madrugada, me desperté un par de veces solo para depositar besos en su frente. En esos momentos, no pude evitar agradecerle a su amiga envidiosa por haberla echado de su casa.
Después del desayuno, discutimos durante casi dos horas sobre el apartamento nuevo. Al final, no le quedó más remedio que aceptar mudarse allí. Era eso o vivir conmigo, y prefirió la primera opción. Aún no era el momento de compartir una vida juntos.
Salí hacia la empresa sintiéndome relajado. Mi rostro lucía más fresco, me afeité por completo y eso me restó un par de años. Incluso cambié mi corte de cabello y elegí un traje más claro. Me sentía renovado, como si la noche anterior Valeria hubiera vertido sobre mí algún elixir rejuvenecedor.
—Buenos días, señor Ventura —me saludó una secretaria, con una mirada hambrienta.
—Se ve increíble hoy, señor Ventura —comentó otra empleada, recorriéndome de arriba abajo.
—¡Le queda genial el nuev