Me encerré en mi habitación y eché el pestillo antes de deslizarme hasta la cama. Busqué a tientas mi móvil sobre la mesita de noche, con las manos temblorosas. No tenía idea de cuánto tiempo había pasado desde que entré en la habitación, solo que mi pecho dolía como si me lo estuvieran oprimiendo con un peso imposible de cargar.
Marqué el número de mi hermana. Necesitaba escuchar su voz.
—Valeria —respondió casi al instante, con ese tono calmado que siempre usaba conmigo—. ¿Qué pasa?
No pude responder de inmediato. Un nudo se me formó en la garganta y, antes de poder controlarlo, me quebré. Las lágrimas salieron sin permiso, empapando mi rostro caliente.
—No puedo —susurré entre sollozos—. Esto es un caos, Sierra. No puedo… no puedo seguir con esto.
—Respira hondo, cariño. ¿Qué ha pasado?
Apreté los labios con fuerza y cerré los ojos. Mi propia voz me sonó rota cuando finalmente hablé:
—Este matrimonio… el que papá arregló con Pietro… No puede seguir. No puedo seguir con él.
Había un