La puerta no estaba cerrada con llave.
Toqué una vez, apenas con los nudillos, casi deseando que no me oyera. Pero antes de poder llamarla por su nombre, la manija giró desde el otro lado.
Iba a salir.
Y nos quedamos ahí. Frente a frente. Demasiado cerca. Demasiado cargados.
Tragué saliva. Ella no dijo nada.
—Lo siento —solté por fin. La voz me salió ronca, densa, como mi aliento, lleno de whisky—. No debí reaccionar así. Pero ese bastardo… Lucas Rosetti me saca de mis cabales.
Valeria apretó los labios. Sus ojos estaban más oscuros que de costumbre. O tal vez era solo el maquillaje corrido. O el dolor. No lo sé.
—¿Qué es lo que pasa entre ustedes dos, Pietro? —preguntó con una calma que cortaba—. Quiero la verdad. Ya.
Me pasé la mano por el cabello, despeinándome. Frustrado.
—No es nada… personal. No entre él y yo. Es…
Y entonces la miré bien.
Llevaba un vestido blanco de seda. Corto. Casi invisible bajo la tenue luz de la lámpara encendida detrás de ella. Las cintas finas apenas des