Sofía miraba a la nana con atención. Sus ojitos seguían cada movimiento de aquella mujer, que le sonreía con ternura mientras le arreglaba un mechón de cabello.
—Es tan parecida a su madre —dijo la nana, con nostalgia en la voz—. Espero que tenga el mismo corazón que tuvo la niña Sofía.
—¿La conoció? —preguntó Rocío, interesada—. ¿Podría hablarme de ella?
—Claro que la conocí. Era una niña llena de luz, a pesar de tener un pasado difícil. Cuando los señores Montessori supieron que no podían tener hijos, decidieron adoptar. Se enamoraron de inmediato tanto de Sofía como de Mateo.
La mujer sonrió, pero con cierta melancolía.
—La mansión cambió por completo con su llegada. Se llenó de risas, de juegos. Nunca vi tan feliz a la señora Montessori como cuando los trajo a casa. Después de tanto dolor, de tantos intentos… ellos le devolvieron la alegría. Las lágrimas por sus pérdidas se convirtieron en sonrisas sinceras.
Rocío bajó la mirada. Sus ojos comenzaron a nublarse.
—La pérdida de un h