Se sentó al borde de la cama y dejó que el silencio lo envolviera. Intentó repasar los hechos como lo haría en una reunión de negocios: objetivamente. Rocío se había llevado a la bebé a su cama sin avisar. Se encerró con ella. Cambió la rutina sin consultar. Y cuando se lo reclamó —aunque no con dureza—, ella se descompuso.
Y sin embargo…
Se llevó las manos a la nuca y cerró los ojos. La imagen de Rocío sosteniendo a Sofía, hablándole bajito, cuidándola con esa entrega tan natural, volvió a él sin que la buscara. La forma en que la arropaba. Su voz. La serenidad que, a pesar de todo, le transmitía a la niña.
No era una irresponsable. Eso lo sabía. Pero últimamente… todo era distinto.
¿Y si se había equivocado desde el principio? ¿Y si contratarla fue un error? ¿Si todo lo que pensó que ella era —fuerte, íntegra, capaz— no era más que una ilusión nacida de su propia necesidad de llenar un vacío?
Y entonces la otra duda. Más cruel. Más íntima.
¿Y si lo que sentía por ella le estaba nubl