Pero mi cuerpo ya no me respondía bien. Me faltaba el aire. Todo empezó a cerrarse. Las paredes. El cuarto. Yo.
Me incorporé con esfuerzo y logré llegar a la puerta, abrirla, buscar... Algo.
—¡Mateo! —grité, o creí hacerlo. No sé si mi voz salió.
Escuché pasos corriendo desde el ala principal. El señor Mateo apareció en el pasillo, descalzo, con una camiseta y los ojos abiertos por la preocupación. Me encontró en el marco de la puerta, con la respiración cortada, el cuerpo rígido.
—¿Rocío? ¿Qué pasa? ¿Estás bien?
—¡Ella… entró! ¡Entró a mi cuarto! ¡Me amenazó! —balbuceé, tratando de aferrarme a su brazo—. Me habló de él. ¡Me habló de él!
Mateo no dijo nada. Solo miró hacia el interior del cuarto… vacío.
—¿Quién?
—¡Clara!
Y justo entonces, Clara apareció por el pasillo… bostezando. Con el cabello desordenado, las mangas de su bata arrugadas. Venía saliendo de su cuarto asignado, al otro lado de la casa.
—¿Qué pasa? —preguntó con voz somnolienta—. Escuché gritos…
Mateo me miró. Luego la