7. CHOQUE DE VOLUNTADES
Me percaté de inmediato de que Victoria Montenegro no estaba acostumbrada a que la trataran de esa manera; el brillo en su mirada lo decía todo. Su tío se recostó en la silla y cruzó los brazos con una incipiente sonrisa disimulada, mirándonos como si disfrutara de nuestra confrontación. El bar, a esa hora, estaba relativamente vacío, y nosotros tres éramos una atracción llamativa. Ella miró alrededor y se volvió a sentar, pero manteniendo su postura erguida y desafiante.
Me mantuve firme, volviendo a enderezar mi estrujado traje. Aunque no me gustaba la joven caprichosa delante de mí, no era tonto. Sabía que de Victoria dependía mi futuro en ese momento. Tampoco se me había escapado la incipiente sonrisa de complacencia del señor Montenegro al ver cómo yo intentaba doblegar a Victoria, lo que me dio un atisbo de esperanza de que me apo