63. LAS COSAS CLARAS
VICTORIA:
El murmullo de los invitados resonaba en el salón mientras caminábamos lado a lado, como la imagen perfecta de un matrimonio que desbordaba felicidad. Ricardo había ofrecido su brazo minutos antes, y como una actriz entrenada, lo había tomado con la naturalidad que se exige en estos eventos. La distancia emocional entre nosotros permanecía intacta, pero ante los numerosos ojos curiosos que nos observaban, parecía que esa distancia no existía.
Sonreí, pero no para él. Fue una sonrisa ensayada, adaptada a las expectativas. Ricardo, por su parte, se comportaba igual, impecable en su rol de esposo enamorado. Nadie podía imaginar que detrás de cada mirada cómplice y palabra calculada, lo que realmente nos unía era un acuerdo basado en conveniencia y en una fecha de caducidad que ya estaba establecida.
Caminé a su lado igualando su paso. Su andar irradiaba confianza, arrogancia y esa indiferencia calculada que tanto me enfurecía. Pero sabía que no lo haría titubear; él era un