62. SOLO ES UN CONTRATO
VICTORIA:
Por un momento, creí que su distancia recién impuesta me ahogaría. Podía sentir cómo cada palabra que acababa de pronunciar se hundía en mi pecho como una daga fría y cruel. Pero no me moví. No parpadeé. No permití que la devastación que habitaba en mis ojos trasluciera un ápice de mi vulnerabilidad.
—¿Quién te dijo que quiero algo de ti más de lo que hemos acordado? —lo empujé con fuerza, haciendo que retrocediera dos pasos—. No vuelvas a hacer eso.
Le arrebaté con rabia el pañuelo de su bolsillo y me limpié la boca con furia, volviéndolo a colocar allí. Me miró fríamente sin decir nada. Ambos nos quedamos mirándonos en un silencio pesado y sofocante. Nuestra alianza se transformó en un campo de batalla invisible, donde las palabras seguían sintiéndose como disparos que hirieron, pero no mataron.
—¿Me protegerás con tu apellido...? No lo necesito, el mío es suficientemente poderoso para ello —susurré, resentida, con un sarcasmo que no quebrantaba mi postura—. Es curio