VICTORIA:
El gran salón del Grand Hotel brillaba a mi alrededor, las luces de los candelabros de cristal casi me cegaban mientras intentaba mantener la sonrisa. Los camareros se deslizaban entre las mesas con bandejas de champán, y yo sentía la mano de Ricardo sobre mi hombro, firme, protectora, mientras los invitados se acercaban a felicitarnos.
Isabel, sentada frente a mí, no dejaba de mirarme con esa sonrisa venenosa que tanto detesto, tratando de disimular los celos que siente por mí. Puedo verlo porque soy mujer; los hombres son unos tontos que caen bajo el ficticio encanto de ella. —Qué maravillosa pareja hacen, Victoria —comentó con un tono meloso que me revolvió el estómago—. Nadie diría que hace apenas tres meses... —El tiempo adecuado ha pasado, Isabel —la interrumpió Javier, ajustándose las gafas—. Todo est&aacu