34. ENTRE DOS MUJERES
RICARDO:
Sentado en el buró de la dirección de la empresa de Victoria, tratando de hacer todo lo que ella me indicó, las horas han pasado velozmente y ya es hora de cerrar, y aún no tengo noticias de lo que ha sucedido con ella. El abogado Montenegro tampoco me ha dicho nada. Tomo el teléfono al escucharlo:
—¿Dime, Victoria, cómo fue todo? —pregunté sin mirar el remitente.
—¡Riky! ¿No conoces mi número? Me voy a molestar —la voz llorosa de Isabel me llega del otro lado de la línea—. Dijiste que ibas a venir temprano. ¿Olvidaste que me prometiste ir conmigo al doctor?
Su voz siempre tenía la capacidad de desarmarme. Por muy envuelto que estuviera en la tormenta de Victoria y todos los problemas que arrastraba, Isabel lograba que todo pasara a un segundo plano. Sus lágrimas, aunque no las viera, eran suficientes para hacerme respirar hondo y aflojar la tensión de mi cuerpo.
—Perdóname, Isa —dije en un tono mucho más tranquilo, dejando toda la dureza a un lado—. Sé que te prometí ir co