110. EL ENEMIGO DE SIEMPRE

VICTORIA:

Miré el mensaje y, aunque no tenía remitente, sabía quién lo había enviado. Por años lo había recibido; era de Matías Castellano. Miré los mensajes, salí del correo y me dediqué a trabajar en las cosas de mi empresa. No iba a permitir que nada perturbara mi felicidad. Mis bebés debían crecer dentro de mí saludables, aunque unos pequeños dolores me recorrían a veces, y eso me asustaba.

—¡Llegamos! ¡Felicidades, mamá de gemelos! —Era la voz estridente del asistente de mi tío. Javier entró como un ciclón por la puerta, inundando mi buró de bolsas de todo tipo. —No me mires así, fui a comprar cosas para mis sobrinos nietos. Como no sé el sexo, lo compré de colores neutrales.

—Javier, ¿pero qué es todo esto? —dije, un tanto abrumada por el desorden que traía consigo. Mi escritorio, que hasta hace un momento era un espacio organizado, ahora parecía un bazar improvisado.

Él no se detuvo. Sacaba mantitas diminutas, juguetes de madera, biberones y pequeños peluches, mientras ha
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