Durante los siguientes meses, la relación entre Marfil y Richard se movía en dos mundos completamente distintos.
Dentro de la empresa, eran dos ejecutivos más. Profesionales, reservados y cautelosos. No cruzaban palabra alguna que no estuviera relacionada estrictamente con el trabajo. No tomaban café juntos, no coincidían por accidente en los pasillos, y mucho menos eran vistos intercambiando alguna risa o gesto demasiado familiar. Habían acordado tácitamente mantener las apariencias. Ambos sabían lo delicado que podía ser, pero a pesar de todo ese esfuerzo, había algo que no podían evitar: las miradas.
A veces, al coincidir en una reunión o durante una presentación, se encontraban con la mirada del otro y sus ojos se quedaban allí un segundo más de lo prudente. A veces, una leve sonrisa se escapaba. Era apenas una curva sutil en los labios, pero suficiente para que el corazón se agitara. Era ese tipo de lenguaje silencioso que solo dos personas que se han visto en la intimidad pueden