El sol se filtraba con suavidad por las rendijas de las cortinas, tiñendo la habitación de un dorado suave. Marfil abrió los ojos lentamente, aún envuelta en el calor de las sábanas, desorientada al principio, como si su cuerpo no terminara de entender dónde estaba. Pero no tardó en recordar. Sintió el roce cálido de un brazo masculino rodeándole la cintura, el pulso lento de alguien aún dormido junto a ella. Giró la cabeza con suavidad, y ahí estaba él.
Richard dormía con el rostro relajado. Durante unos segundos, Marfil lo observó en silencio, como si su mente intentara encontrar sentido a lo que había pasado. Todo le parecía tan irreal. Se sentía a la vez plena y confundida, como si algo muy importante hubiera ocurrido y no supiera cómo lidiar con ello.
Intentó moverse despacio, con cuidado, para no despertarlo, pero cuando apenas se había incorporado un poco, la voz grave de Richard rompió el silencio.
—¿Ya te vas?
Ella lo miró sorprendida. Él mantenía los ojos entreabiertos y la