Cuando Marfil escuchó los suaves golpes en la puerta, su corazón se aceleró un poco. Caminó con paso sereno hasta abrir, y allí estaba Richard, con una chaqueta ligera y una botella de vino blanco en la mano.
—Hola —articuló él con una ligera sonrisa.
—Hola —respondió ella, esbozando una sonrisa cálida al ver la botella—. ¿Vino blanco?
—No quería llegar con las manos vacías —replicó.
—De acuerdo —soltó una risa nasal—. Pasa, por favor —le hizo un gesto para entrar, y él cruzó el umbral.
Marfil lo guió hasta el comedor, una zona integrada con la cocina, donde todo estaba ordenado e iluminado con una luz suave y agradable. Sobre la mesa ya estaban colocados los platos, las copas y los cubiertos.
Richard dio una rápida mirada al entorno, reconociendo en cada detalle el estilo de ella.
—¿Tienes hambre? —preguntó Marfil—. Porque preparé algo para cenar.
Richard dejó la botella sobre la mesa.
—Sí, a decir verdad, sí. ¿Acabas de decir que tú preparaste algo?
—Sí —respondió ella con una lige