Marcos
La sonrisa en mi rostro no podía ser más grande. La gente me miraba con desconfianza mientras avanzaba por las calles, pero me valía mierda.
¿Por qué la gente se alarma cuando ve a alguien sonreír? La sociedad estaba tan podrida que se sobresalta ante la felicidad ajena y normaliza la tristeza. Seguro que, si estuviera llorando a mares, nadie me prestaría atención, incluso me ignorarían.
Me detuve frente a la puerta de la casa de Aaron y golpeé dos veces con los nudillos. Esperé con paciencia hasta que Carmen, la madre de mi amigo, abrió la puerta.
—Hola, tía. Vine a ver a Aaron —saludé, dándole un beso en la mejilla. Ella se hizo a un lado para dejarme pasar.
—Claro, no creo que vengas a verme a mí —rió divertida.
—También hay Marcos para usted, tía. No se me ponga celosa —le guiñé un ojo. Ella negó con la cabeza, sonriendo divertida.
La madre de Aaron era como mi segunda madre, así que podía bromear con ella sin problema.
—Está en su habitación —dijo, señalando las escaleras.